Aquí el apóstol nos muestra cómo tenemos que usar las promesas divinas, a saber, hemos
convertirlas en confiadas oraciones que piden a Dios su cumplimiento. Cuando Dios se acerca a
nosotros con sus promesas, es nuestro privilegio acercarnos a él con nuestras peticiones. Aquellas
profecías eran certezas infalibles de que Dios pretendía mostrar su misericordia a los gentiles.
Inmediatamente después de citarlas, Pablo dobla sus rodillas delante de su Dador, mostrando con ello a
los creyentes romanos —y a nosotros— cómo convertir las promesas en algo práctico, e instruyéndoles
en cuanto a lo que deben pedir. De igual manera, cuando desea que los creyentes en Éfeso supliquen a
Dios que ilumine su mente, para que puedan conocer las grandes realidades del Evangelio, les da
ejemplo orando precisamente por esta cuestión (1:17–18). Esto es lo que hace también aquí; es como si
dijera, «Tú has prometido que los gentiles esperarían en ti [v. 12]. Tú eres ‘el Dios de esperanza’, obra, por
favor, en estos creyentes por tu gracia para que abunden ‘en esperanza por el poder del Espíritu Santo’ y
para que por medio de mi ejemplo sean movidos a suplicarte, en vista de esta promesa, la consecución
de esta misma bendición».
A fin de que el lector pueda tener una idea más específica de la conexión entre nuestra oración y lo que
precede, consideremos el versículo inmediatamente anterior: «Y otra vez dice Isaías: Estará la raíz de
Isaí, y el que se levantará a regir los gentiles; los gentiles esperarán en él» (v. 12). Estas palabras
proceden de una de las grandes profecías mesiánicas, consignada en Isaías 11. Independientemente de
cual sea su cumplimiento final, Dios movió a Pablo para que nos hiciera saber que aquella predicción se
estaba cumpliendo en aquel momento. Literalmente la frase griega dice, «los gentiles pondrán en él su
esperanza» y así lo traduce correctamente la LBLA. Aunque, como muestra Hebreos 11:1, la fe y la
esperanza están íntimamente relacionadas, existe también una verdadera diferencia entre ellas. La fe es
más abarcadora en lo que respecta a su campo de acción, porque cree todo lo que Dios ha dicho sobre
el pasado, el presente y el futuro —tanto las advertencias como las promesas— la esperanza, sin
embargo, mira solo a un bien futuro. La fe tiene que ver con la Palabra que promete; la esperanza, con la
cosa prometida. La fe cree que Dios hará lo que ha dicho; la esperanza espera de forma confiada y
expectante el cumplimiento de la promesa.
