ROMANOS 15:13
En su anterior oración el apóstol Pablo había pedido que el Dios de la paciencia y la consolación
concediera a los creyentes de Roma que pudieran tener «un mismo sentir según Cristo Jesús» (Ro 15:5),
para que la amistad y la concordia prevalecieran entre ellos. A continuación, les había recordado que la
misión del Redentor no solo abarcaba a los judíos sino también a los gentiles, que el eterno propósito de
Dios honraba a una parte escogida de ambos grupos de la raza humana (vv. 8–9). Para apoyar esta
afirmación citó no menos de cuatro pasajes veterotestamentarios, tomados respectivamente de la Ley,
los Salmos, y los Profetas (las principales secciones en que se dividían los oráculos divinos; ver Lucas
24:44), cada uno de los cuales predecía que los gentiles tomarían su lugar junto a los judíos en la
adoración del Señor. Por ello, los cristianos hebreos no tenían que dudar en acoger en su seno a los
creyentes gentiles. Seguidamente, el apóstol concluyó esa sección de su epístola con una nueva súplica
a su favor ante el trono de gracia, poniendo con ello de relieve su profunda solicitud por ellos, y
sugiriendo que solo Dios podía impartirles la gracia necesaria para que obedecieran los mandamientos
que les había dado.
Analizando estrechamente la conexión entre Romanos 15:13 y los versículos inmediatamente
precedentes obtendremos una instrucción vital. En el contexto Pablo había citado varios pasajes
veterotestamentarios que anunciaban la salvación de los gentiles y su unión con los creyentes judíos.
Ahora las profecías de la Escritura han de considerarse en un triple sentido. En primer lugar, como
pruebas de su inspiración divina, demostrando la omnisciencia de su Autor al predecir certeramente las
cosas venideras. En segundo lugar, como revelaciones de la voluntad de Dios, anuncios de lo que este
ha decretado eternamente, y que deben, por tanto, cumplirse. En tercer lugar, como ejerciendo una
influencia moral y práctica sobre nosotros: dónde hay predicciones de juicio, hay amenazas y, por tanto,
advertencias de los objetos a evitar y los males a eludir (como la anunciada destrucción del papado nos
invita a no tener nada que ver con este sistema); sin embargo cuando las profecías predicen la bendición
de Dios, constituyen entonces promesas para que la fe se aferre a ellas y la esperanza anticipe su
cumplimiento. Pablo las está considerando en este tercer sentido.