IMÁGENES DEL MESÍAS, UN DESCENDIENTE DE EVA

Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. Génesis 3:15

Esta promesa dada a Eva de que uno de sus descendientes finalmente aplastaría la cabeza de la serpiente, a menudo es legítimamente llamada proto-evangelio, es decir, es la primerísima proclamación del evangelio. Por supuesto, la promesa se cumplió en la cruz, porque fue allí donde el diablo quedó desarmado y derrotado al precio del sufrimiento del Mesías. Ahora todas las cosas han sido puestas bajo sus pies (Efesios 1:22), y confiamos (como escribió Pablo) que ‘el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies’ (Romanos 16:20). Puede parecernos extraño que, en este contexto de conflicto, Pablo se refiera al ‘Dios de paz’, ya que gozar de paz y aplastar a Satanás no nos suenan totalmente compatibles. Pero la paz de Dios no admite pacificación alguna al diablo. Es más, solamente mediante la destrucción del mal puede alcanzarse la verdadera paz.

Más allá de lo confusa que pueda resultar esta combinación de advertencia y promesa, de hostilidad y victoria, podemos reconocer algunas verdades. En primer lugar, Dios ha establecido una enemistad recíproca entre la raza humana (la descendencia de Eva) y los principados y potestades del mal (la descendencia de la serpiente). Nunca debemos establecer acuerdos con el mal.

En segundo lugar, aunque esta continua hostilidad ha sido implacable, no será eterna. No es una cuestión de ‘dualismo’, porque culminará en un enfrentamiento final entre Cristo y el Anticristo.

Tercero, aunque la enemistad es recíproca, el resultado no es parejo. La cabeza del enemigo será aplastada, esto es, destruida por el hombre Jesucristo. Por su parte, el vencedor también será herido; sufrirá una lesión en el talón.

Uno de los rasgos sobresalientes del Antiguo Testamento es la creciente expectativa de la llegada del Mesías. Esta expectativa comenzó inmediatamente después de la caída. Apenas después de que Adán y Eva pecaron, Dios anunció su intención de salvar a los pecadores y de hacerlo por medio de un descendiente de la misma persona a través de la cual el pecado había entrado en el mundo. De allí en adelante la promesa del Mesías fue cada vez más rica y variada. Sería un profeta como Moisés, un sacerdote como Melquisedec, un rey como David (en las palabras clásicas de Calvino, sería Profeta, Sacerdote y Rey). Por esa razón, a medida que vamos llegando al final de nuestro panorama del Antiguo Testamento, parece apropiado considerar las principales imágenes mesiánicas.

Oremos: Amado Padre de gloria, gracias por no dejar a la humanidad desamparada, a pesar de la desobediencia de Adán, gracias por planificar y ejecutar tu plan salvífico, gracias por Jesucristo. Amén y amén.