Frente a la zona de turbulencia: ¿Qué debo hacer?

Primero: Tener seguridad rotunda de mi triunfo.
Dios promete la victoria. Debemos estar seguros de que todo saldrá bien. Cuando el ángel se le apareció a María, le dijo: “Bendecida y muy favorecida”. Antes de que la sombra del Altísimo viniera sobre ella, el ángel le dio seguridad. María misma se preguntó: “¿Qué clase de saludo es este?”. Ser bendecido es tener el triunfo asegurado.

Pablo también afirma: “Estamos sentados en lugares celestiales con Cristo”. Eso significa que estás por encima de las dificultades, de las deudas y de tus enemigos. En Cristo ya fuiste levantado y sentado a la diestra del Padre.

Para administrar triunfos, es necesario aprender a administrar las derrotas. Cuando algo sale mal, solemos pensar que hemos fracasado, pero muchas veces no es así. No te apresures a decir: “Me equivoqué” o “Fracasé”.

Tomemos el ejemplo de José. Aunque fue vendido como esclavo, trabajado en casa de Potifar, acusado falsamente y encarcelado, Dios usó todo ese proceso para elevarlo como gobernador de Egipto. Nunca te apresures a declarar un fracaso, porque puede ser el camino que Dios ha trazado para tu bendición.

El fracaso es una nueva oportunidad para hacer algo diferente. Si lo administras bien, Dios te llevará al éxito.

Salmo 84 nos enseña: “Pasamos por el valle de lágrimas, pero los hijos de Dios lo cambiamos en fuente”. Transforma lo malo que llegue a tu vida en algo provechoso, tal como hizo José al usar su talento para interpretar sueños. Gracias a eso, alcanzó su propósito.


Segundo: Disfrutar y gozar de todo lo que Dios ponga en nuestras manos.
El ángel también le dijo a María: “Bienaventurada”, lo que significa “feliz”. Como hijos de Dios, debemos aprender a disfrutar del proceso mientras caminamos hacia nuestros sueños.

¡Basta de ansiedad! La ansiedad nos roba el presente porque vivimos anticipándonos al futuro. Dios nos llama a disfrutar de lo que tenemos hoy como un regalo.

Pablo, incluso desde la cárcel, escribió a los filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!”. Si Pablo pudo encontrar gozo en la prisión, nosotros también podemos hacerlo en nuestras circunstancias.

Para activar el gozo, es importante aprender a delegar. Cuando Dios nos expande, pondrá personas capacitadas a nuestro alrededor. Un líder sabio no teme rodearse de personas más inteligentes o capacitadas, porque su bendición también será nuestra bendición.

La verdadera felicidad, según la Biblia, es estar en el lugar correcto, haciendo lo que Dios quiere.


Tercero: Recibir la impartición sobrenatural de Dios.
En la vida cristiana, hay dos formas en las que Dios trabaja:

  1. Dios enseña: Esto requiere tiempo, estudio y aprendizaje de la Palabra.
  2. Dios imparte: Esto ocurre de manera sobrenatural, como un regalo instantáneo.

Jesús dijo: “Cuando os presenten delante de los jueces, no os preocupéis por lo que vais a decir; el Espíritu Santo hablará por vosotros”.

De la misma manera, el ángel le explicó a María cómo sería el nacimiento de Jesús: “El Altísimo te cubrirá con su sombra”. No era algo que María necesitara entender, sino recibir.

Cuando Dios imparte, te equipa con habilidades, capacidades y palabras que no sabías que tenías. Él te da lo necesario para alcanzar tus sueños.


Cuarto: Visualizar un futuro glorioso.
Jacob, aunque empezó siendo un tramposo, experimentó un cambio al enfrentarse a alguien aún más astuto, Labán. A través de su proceso, Jacob aprendió a confiar en Dios, quien lo bendijo abundantemente.

Cuando tengas un sueño grande, también enfrentarás grandes oposiciones. Herodes quiso destruir a Jesús porque sabía que Su propósito era poderoso. Tus enemigos serán proporcionales a la magnitud de tu sueño.

Sin embargo, lo que Dios ha planeado para tu vida no podrá ser destruido.


Conclusión:
La voluntad de Dios no es simplemente una decisión, sino una relación constante con Él. Cuando caminamos en comunión, todas las cosas ayudan para bien.

Como María, debemos decir: “Hágase conmigo como has dicho”. Aunque otros no entiendan lo que Dios ha puesto en tu corazón, confía en que Él lo revelará en su tiempo.

Finalmente, recuerda: Los amigos no necesitan explicaciones, y los enemigos no las merecen.