Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, … así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Isaías 66:22
La mirada profética de Dios se asoma ahora hacia el futuro y enfoca la misión universal de la Iglesia (vv. 18–21) y la regeneración final del universo (vv. 22–24). En cuanto a la misión cristiana, el profeta señala tres aspectos. Primero, el alcance es a todas las naciones. Cuatro veces en los versículos 18–20 se refiere a las naciones que se reúnen. Segundo, la oportunidad (lo que la moviliza) es el rechazo del evangelio por parte de Israel. Lucas afirma esto en cuatro ocasiones en el libro de Hechos. Esta es la visión que Pablo tiene de los judíos y de los gentiles unidos en Cristo. Tercero, la meta de la misión cristiana es la gloria de Dios (vv. 18–19), proclamada por los misioneros y percibida por todos los convertidos.
En el versículo 22 el profeta da un gran salto hacia el final de la historia, cuando Dios creará un nuevo cielo y una nueva tierra. Ya se ha referido a ello en el capítulo anterior (65:17), y más tarde Jesús y sus apóstoles harán la misma predicción (Mateo 19:28; 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1, 5). Vale la pena destacar dos aspectos de esta expectativa. Primero, que el universo será en parte material y esto incluirá una tierra nueva, transformada y glorificada. Como escribió Pablo tiempo después, la creación entera será liberada de su presente esclavitud (Romanos 8:18–25). Así como nuestro cuerpo de resurrección tendrá a la vez continuidad y discontinuidad respecto a nuestro cuerpo actual, también la nueva tierra disfrutará de continuidad y discontinuidad con la actual. Segundo, el nuevo cielo y la nueva tierra serán tan perdurables como lo serán sus habitantes. Solo aquellos que deliberadamente se rebelaron contra Dios serán destruidos (como la basura destinada a ser arrojada fuera de Jerusalén [Isaías 66:24]).
Estos dos énfasis (el de la misión universal y el de la nueva creación última) se presentaron unidos en la enseñanza de Jesús. Él nos mandó que lleváramos el evangelio hasta los confines de la tierra, y agregó que solo entonces llegaría el fin de los tiempos. Los dos finales van a coincidir. Mientras tanto, el lapso entre la primera y la segunda venida de Cristo debe estar lleno de la misión mundial de la Iglesia.
