Los cristianos somos llamados a ser muchas cosas mientras seguimos a Dios
y Su santa Palabra, pero hay dos deberes que se destacan. Cuando se le
preguntó sobre la mayor responsabilidad que deberían tener sus seguidores,
Cristo no dudó en afirmar que el amor y el servicio a Dios son lo primero,
por encima de todo. Con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza,
debemos amar al Dios que nos creó y redimió. Nuestra segunda mayor
responsabilidad se centra en quienes constituyen el fundamento de nuestras
vidas. Cristo nos llama a amar a nuestro prójimo ⎯es decir, a cualquiera
que se cruce en nuestro camino⎯ como a nosotros mismos. Esa es una
tarea difícil de cumplir por causa de la enorme capacidad que tenemos de
buscar nuestros propios intereses.
Amar a nuestro prójimo demanda algo más que solo sentimientos vagos
por la familia que vive en la casa de al lado. A menudo, la mejor manera en
la que podemos mostrar amor es supliendo las necesidades de las personas
a través de servirles o ministrarles. Pablo enfatiza esto cuando dice a los
gálatas que Cristo los libró para que puedan servirse por amor los unos a
los otros (Gálatas 5:13).
El propósito de esta reflexión tiene su origen en ese gran llamado a
servirnos unos a otros. Como esposos y padres cristianos, ¿cómo debemos
ver nuestro ministerio hacia nuestra familia? ¿Cómo debemos responder
cuando nuestro hijo adolescente acaba de saltar a los anales de la historia
con sus sin−sentidos y su comportamiento pecaminoso? ¿Cómo debemos
responder cuando decepcionamos a nuestras esposas? ¿Cómo podemos
ayudar a nuestras familias cuando están pasando momentos difíciles? ¿Qué
tipo de ministerio es el que deberíamos tener en nuestros hogares?
Oremos: Amado padre celestial concédeme la dicha de ser un verdadero sacerdote, que no solo te represente, sino que sostenga la semejanza de Cristo en mí y así ser digno de ese llamado.
Gracias en Cristo Jesús Amen.
Ps. Cáceres
