Yo te amo, Señor, fortaleza mía. El Señor es mi roca, mi baluarte y mi libertador; mi Dios, mi
roca en quien me refugio; mi escudo y el cuerno de mi salvación, mi altura inexpugnable.
Salmo 18.1–2 (LBLA)
La nota que encabeza este salmo, en la versión de La Biblia de las Américas, dice: «Para el
director del coro, Salmo de David, siervo del Señor, el cual dirigió al Señor las palabras de
este cántico el día que el Señor lo libró de la mano de todos sus enemigos y de la mano de
Saúl». Aunque no tuviéramos esta explicación sobre el contexto en el cual nace esta
eufórica proclamación de los múltiples atributos de Dios, el tono mismo de la poesía no
deja lugar a duda: que fueron escritas por una persona que había gustado, en carne propia,
la magnifica intervención del soberano.
David menciona al menos siete diferentes características de Dios, todas ellas
relacionadas con la particular situación que vivía. Durante años se había refugiado en el
desierto. Su estancia en este lugar no fue, sin embargo, similar a la pacífica existencia de
Moisés en Madián. Huyendo de cueva en cueva, siempre atento a los movimientos de su
enemigo, se había encontrado en incontables aprietos donde solamente la intervención
milagrosa de Dios lo había librado de la muerte segura. El tema principal de este salmo es
precisamente este.
Para David, estas características de Jehová eran reales porque las había gustado en su
propia experiencia cotidiana. Para algunos de nosotros, sin embargo, no son más que
atributos que asignamos a Dios porque nuestro intelecto así lo demanda. Sabemos,
intelectualmente, que él es una roca, un baluarte y un libertador. Cantamos de estas cosas
en nuestras reuniones. Conocemos innumerables pasajes que así lo describen. Otros nos
han dado testimonio de haber experimentado estas facetas en su andar con el Padre
Celestial. En nuestra vida, no obstante, estas verdades no han salido del ámbito de lo
teórico.
¿Cómo se puede comprobar que Dios es realmente así? De hecho, ¡él es así!, pero quizás
no lo sea en mi vida o en la suya. Para que estos aspectos de su persona se hagan reales
en nuestra vida, debemos estar dispuestos a abrirle un espacio para demostrar
precisamente su fidelidad hacia los que están en apuros. Es decir, para comprobar que es
fortaleza, necesitamos reconocer que somos debiles. Para que él sea nuestra roca,
debemos reconocer que estamos parados sobre fundamentos movedizos. Para sentirlo
como nuestro baluarte, tenemos que admitir que nos sentimos desprotegidos. Para que se
manifieste como nuestro libertador, tenemos que reconocer que estamos atrapados. Para
que sea nuestro escudo, necesitamos confesar que nos sentimos indefensos. Para que se
levante como cuerno de salvación, debemos admitir que estamos perdidos. Para que sea
altura inexpugnable, necesitamos reconocer que estamos hundidos en lo más profundo
del pozo.
Para pensar:
La realidad de Dios expresada en estos atributos divinos se ve solamente en la vida de
aquellos que reconocen su necesidad de él. No nos lamentemos por sentir angustia y
desesperanza. Al contrario, regocijémonos, porque recibiremos su poderosa visitación en
la hora de necesidad.